lunes, 6 de mayo de 2013

El Tarot y El Árbol de la Vida Sefirótico

DOS MODELOS SIMBOLICOS HERMETICOS:

El Tarot y El Árbol de la Vida Sefirótico

EL TAROT
La relación del simbolismo de la rueda con el Tarot resulta obvia.
Efectivamente; la palabra "taro" está invertida silábicamente, y este
nombre criptogramático no quiere decir sino rota, es decir, rueda.1

Como se sabe, el código simbólico del Tarot tiene orígenes medioevales
(alquímicos, numerológicos, cabalísticos, astrológicos), aunque no es sino
la forma actualizada ,en su espacio y en su tiempo, que toma la tradición
primordial para expresarse; como es también el caso de la cábala
histórica, que nace en España en el siglo XIII con la aparición de las
escuelas que dan nacimiento al Zohar, el libro fundamental en el trabajo
cabalístico.2




El Tarot es también un libro que en lugar de tener páginas
impresas con palabras, se expresa a través de símbolos estampados en
una serie de planchas o cartulinas. En él se ordena una cosmología
completa, y constituye un modelo del universo, análogo al mismo,
construido con su misma estructura, de donde el poder mágico e iniciático
que se les atribuye tradicionalmente. De todas formas, se trata de un
lenguaje relacionado con el conocimiento, que se manifiesta a distinto
nivel y de diversas maneras. El Tarot es ese lenguaje al manifestarlo y
por lo tanto el vehículo que expresa una sabiduría que él mismo lleva
implícita. Es un compendio de ciencia actuante, al ser el mensajero de
una energía que le da su razón de ser, y que por cierto lo trasciende.
Esto, sin tomar en cuenta su acción como promotor de imágenes y
fecundador de visiones.

No es el caso de hablar en este trabajo sobre el Tarot en el sentido de dar
una explicación sucesiva y una a una de sus partes, sino más bien
sugerir, aclarar y ordenar su estrechísima relación con el simbolismo de la
rueda cósmica. Lo mismo se pretende con la Cábala; en efecto, ésta
también, a través del modelo universal llamado como en otras
tradiciones árbol de la vida, nos da la visión de una estructura del
cosmos válida para todo tiempo y lugar, así para lo más pequeño como
para lo más grande. Este árbol, este diagrama, está compuesto por diez
números, o "numeraciones", llamadas sefiroth, que son otros tantos
estados de un ser Uno o el desarrollo de la multiplicidad manifestada del
cosmos entero a partir de la unidad original.

Cada cosa tiene nueve reflejos de sí, dice la tradición cabalística, y esos
reflejos o aspectos de la unidad original, sumados a ella misma (1 + 9 =
10), conforman un todo, o un ciclo completo, que es tanto el del universo
entero como el ciclo particularizado de cada una de sus partes. El código
simbólico de la aritmética de Pitágoras no dice otra cosa, y llama a este
ciclo de los nueve primeros números, el de los números naturales, al cual
pueden reducirse todos los números posibles. Este código básico
numérico es fundamental, pues sintetiza todas las posibilidades de la
serie y crea un sistema con el que es posible numerar todas las cosas.
Numerar todas las cosas es darles vida, es nombrarlas. Y va de suyo que
la aritmética a la que nos referimos dista mucho de su aplicación
exclusivamente cuantitativa, que es casi la única que conocemos los
nacidos en la sociedad moderna. Bien por el contrario, el código numérico
expresa principios o ideas universales, que cada dígito manifiesta a su
manera; y la misma diferencia que existe entre ellos (vgr. la unidad con
respecto al binario, el binario referido a la tríada) no está sino señalando
esta variedad conceptual, o las distintas modalidades de una misma
energía, que es precisamente la descrita en la serie numérica.
Este modelo simbólico aritmético, que por otra parte es análogo y
complementarlo con el código geométrico, nos brinda la indefinitud de las
posibilidades numéricas, a través de todas las combinaciones posibles de
los dígitos naturales entre sí, es decir, el universo numerable de lo
innumerable o una serie de finitudes indefinidas. Este espacio cerrado y
ordenado, aparentemente homogéneo, creado por el propio sistema
aritmético o geométrico, sería la representación o la manera de
aprehender y fijar al cosmos a través de una visión que tuviera o reflejara
iguales características que el cosmos mismo, vale decir, que fuera su
modelo. Lo que equivaldría a afirmar que los números originalmente son
sagrados y de allí su carácter "mágico" recogido aún hoy por diversos
folklores y, sobre todo, que son otra cosa distinta de la lectura que de
ellos hacemos actualmente.

No es necesario insistir sobre el hecho de que la idea de número está
asociada a la de módulo y a la de "medida"; asimismo a la de equilibrio y
sobre todo a la de armonía, estrechamente ligadas a las ideas o
conceptos universales que expresa la escala musical. Por otra parte,
agregaremos que en la cábala hebrea cada letra del alfabeto como en
el esoterismo islámico y griego tiene una correspondencia numeral. Y
que juntos, letras y números, constituyen la ciencia de los nombres.3

Y así como en las relaciones mutuas y recíprocas entre los nueve primeros
números se puede numerar todo lo numerable, así también con las
veintidós letras o claves del alfabeto hebreo, combinadas entre sí, se
puede nombrar todo lo nombrable. O lo que es lo mismo, el mundo
entero, pues todo lo manifestado tiene nombre el mismo hecho de su
manifestación es una señal o nombre, menos, claro está, lo que no
puede nombrarse, lo que no tiene nombre, lo inmanifestado, lo que está
más allá del propio código o lenguaje, y sin embargo lo que todo código, o
lenguaje, o mundo, o sistema, en forma implícita no hace sino expresar,
puesto que toda manifestación es una concreción, o una materialización,
de la inmanifestación original. Tal el acto con respecto a la potencia.4
La traducción de la palabra hebrea kabalah es "tradición"; más
especialmente usada en el sentido de "recibir algo", aceptar" (un mensaje
o legado). Esa herencia no está referida a un depósito de letra muerta, ni
a moralinas grupales, o a ritos vacíos de contenido, ni siquiera a usos y
costumbres determinados, o a normas de conducta y formas de vida. No
es la preservación de un folklore, ni tampoco la de una religión, y mucho
menos la propiedad de un pueblo o cenáculo determinado, por más
fanatismo que se ponga en ello. El verdadero eje tradicional y el auténtico
legado, el tesoro que nos han dejado nuestros padres, los fundadores de
los pueblos, es su concepción del mundo; el conocimiento de otras
realidades que hoy no podemos ver los hijos de esta época, por estar
como dormidos, muy confusos y enfadados, y completamente ignorantes.
Y aunque la cadena iniciática se ha mantenido ininterrumpida hasta
nuestros días, estos conocimientos parecen casi definitivamente
perdidos, o preservados en forma muy oculta en pequeños grupos.

Obviamente este legado expresado por todos aquéllos que los pueblos
han llamado sabios en todos los tiempos no podría tener nada que ver
con una versión literal de las cosas, como la que nos ha inculcado la
pretendida ciencia contemporánea. Tampoco con una concepción
empedernidamente materializada, lo que hace pensar en actitudes
infantiloides. Menos aún con encuadres socio-políticos, económicos,
sentimentales o competitivos, de cualquier género. Sólo podemos decir
que la educación occidental contemporánea está diseñada para exaltar el
ego. Y por la vía de creer que el sueño que es nuestra existencia, que
suponemos una realidad única e imprescindible en el universo así como
que nuestros trajes, máscaras, disfraces, circunstancias, somos
nosotros, nos identificamos con eso y no advertimos que estamos
condicionados, o solidificados, entre las cuatro paredes de un encierro, de
una confusión, de un amorfo al que no se le encuentra salida. A poner fin
a esa cárcel de la mente viene la tradición como un mensajero o
intermediario (dios, arcángel, ángel, fuerza activa de la tradición misma),
en este caso bajo la forma del código aritmético y geométrico, del sistema
alfabético, del Tarot, del diagrama del árbol de la vida sefirótico, o del
modelo de la rueda cósmica.

Es importante insistir en que todos estos sistemas5 son modelos
universales, y por lo tanto análogos a lo que representan; y que todos
ellos han sido diseñados como vehículos para salir del cosmos mismo. O
dicho de otra manera: que el conocimiento de una cosmogonía no en
forma "racional", sino asumiendo que la vida y nosotros somos eso,6 la
encarnación de ese conocimiento, la identificación con el universo en el
sentido de ser un sólo mundo o lograr un estado de virginidad primordial
son los pasos previos para arribar a lo que está más allá del cosmos, lo
supracósmico. Eso es precisamente lo que afirman unánimemente las
tradiciones: que su legado les ha sido revelado y que ellas lo transmiten;
que su modelo cósmico les ha sido inspirado; y que el conocimiento de
ese modelo o sea, de todas las cosas, no es propio, sino que por el
contrario tiene orígenes no humanos, y los dioses nos lo han dado como
un medio ordenado, una escala, para que la comunicación entre ellos y
nosotros pueda ser posible. Esa escala, ese puente, ese eje, sería la
tradición misma, que a través de sus estructuras, sistemas, modelos,
ritos, símbolos, pudiera operar una labor de escisión o fractura y unir o
ligar un espacio profano u ordinario con otro sagrado o significativo. Este
es precisamente el objeto que se propone toda tradición particular y su
razón misma de ser: el de establecer el contacto entre cielo y tierra,
necesidad imperiosa que todos los pueblos han experimentado y
realizado parejamente con el conocimiento de los secretos reveladores de
la cosmogonía.

Esta realidad por cierto que nos toca, pues siendo todo aprendido, y
además siendo nosotros lo que sabemos, los modelos culturales en los
que nos hemos educado ,y que han pasado a ser nuestra personalidad
por identificación con los mismos, son un límite y un condicionamiento,
por un lado, y una salida por otro, pues constituyeron originalmente una
escala para trascender el espacio profano y arribar al conocimiento de
otro espacio distinto. Tan diferente de él como lo que está "más acá" con
referencia a lo que está "más allá". De allí también que se haya afirmado
siempre y unánimemente que los orígenes culturales, es decir, la
civilización de los pueblos (incluidos usos y costumbres, artes plásticas,
danza y arquitectura, artesanía, poesía, agricultura, ritos, vestimenta,
morales, normas de comportamiento, tabúes, etc.) reconoce filiación
directa con el "más allá", con lo no humano, con los misteriosos dioses
que pueblan y recrean el universo, como si fueran una tropa divina.
Esa milicia de energías invisibles lleva sin embargo nombres; la
indagación de esos nombres nos conduce a su conocimiento, es decir, a
la identificación con las energías que ellos representan. La ciencia de los
nombres sería entonces el conocimiento de esas energías invisibles y
específicas que conforman el mundo. Y a través de este conocimiento
llegaríamos a la sublimación de estas energías, hasta su identificación
con lo que no tiene nombre (de lo audible a lo inaudible), aquello que
nadie ha visto jamás, ni jamás podrá ver pues su aprehensión no tiene
nada que ver con los sentidos y de lo que no se podrá nunca tener una
imagen posible. Y no porque no pueda expresarse por dificultad del que
lo enuncia, o incomprensión del que lo escucha, sino por su propia
naturaleza (si así pudiera decirse) no humana, que hace que cualquier
traducción llevada al plano humano, sea apenas un reflejo y por lo tanto
también una inversión, cuando no una proyección más o menos
distorsionada. En realidad esos dioses o nombres divinos no son otra
cosa que la expresión de principios universales. Y su conocimiento sería
simultáneo a la identificación con las energías que ellos simbolizan, o,
expresado de otra manera: con la encarnación de las emanaciones que
ellos nombran o enumeran.

Este proceso de conocimiento, o la iniciación en la ciencia, o en el arte,
transforma a quien lo realiza. Y por la vía de esa transmutación de
energías, va ascendiendo peldaños en la escala cognoscitiva,
ordenadamente, haciendo estaciones en su ascenso, que simbolizan
determinadas energías cósmicas cada vez más amplias en el largo
camino hacia la propia evolución por medio de un nuevo aprendizaje.

Puesto que si todo es aprendido debemos demoler lo que ha constituido
nuestra ilusión acerca de la "personalidad" que poseemos sacada de
aquí y allá, fruto de] azar y absolutamente condicionada por situaciones
geográficas, históricas, políticas, religiosas, raciales, económicas,
sociales, culturales, físicas, nacionales, provinciales, familiares, etc. y
construir una nueva estructura (dejar el hombre viejo y aceptar el hombre
nuevo) a través de la cual se pueda aprehender el conocimiento. Destruir
para construir. Aunque en verdad este proceso doble es simultáneo, pues
al desprendernos de ciertas cosas damos lugar al espacio mental
necesario para aprender otras nuevas, o dicho de otro modo: se asume el
hecho de que a una acción sigue una reacción, y que éste es el rito
fundamental de la vida. Este gradual proceso de d esa condicionamiento
de una cultura, o mejor, de la forma de ver esa cultura, para aprender otra
lectura de la misma en todo caso mucho más ligada a su prototipo
original, reflejo de un arquetipo eterno, es equiparado a la búsqueda y a
la obtención de la libertad. Y esto es lo que pretenden todas las
tradiciones a través de sus modelos esotéricos. No otra cosa es lo que
simbolizan el Tarot, la cábala y el modelo cósmico de la rueda.
En el caso del Tarot, éste consta de setenta y ocho láminas o cartas
simbólicas, módulos que combinados y barajados entre sí crean un plano
o enfoque de la realidad. Este punto de vista es variable pues es
indefinido, ya que las distintas tiradas de cartas configuran , en cada una
de ellas, una situación particularizada, análoga a la de cada punto de la
periferia de nuestro modelo de la rueda en relación con la inmovilidad
central. Estas imágenes que se crean simultáneamente con el plano de
una tirada, conforman diversas situaciones o articulan un lenguaje en el
que ellas se expresan y que todo aquél que esté dispuesto a oír
escuchará. Para eso es previamente necesario el aprendizaje paciente y
fatigoso de este código; pero él mismo se va revelando a medida que
profundizamos en su interior.

Con respecto al árbol sefirótico de la cábala sucede lo mismo: las
relaciones y transposiciones, las combinaciones y articulaciones de las
sefiroth7que constituyen el diagrama del árbol de la vida, producen un
campo o espacio horizontal, apto para que las energías verticales
trascendentes, existentes en forma inmanente en cualquier código o
manifestación, sean despertadas y produzcan una reacción que reviene
sobre aquél que realiza un trabajo o se dedica al estudio, aprendizaje y
conocimiento de estas energías prototípicas o ideas universales,
expresadas por los números, las letras del alfabeto y las sefiroth.
El sistema simbólico-cósmico del Tarot, sus setenta y ocho cartas, se
subdivide en tres paquetes llamados arcanos mayores, arcanos menores
y cartas de la corte (a los que podríamos llamar grupo a, grupo b, y grupo
c); y el número respectivo de estas láminas es de veintidós, cuarenta y
dieciséis. Los arcanos mayores de por sí constituyen una introducción y
una síntesis de este sistema. Sus veintidós figuras están numeradas en
forma sucesiva de uno a veintiuno,8 quedando una carta final sin numerar
(llamada "El Loco"), que tanto puede colocarse al principio como al final
de la serie y que juega para algunos el papel de cero y en todo caso el de
principio y fin: el alfa y el omega de todo esquema circular, cerrado en sí
mismo, como es el modelo de la rueda cósmica. Estas cartas tienen
nombre diferente y un símbolo gráfico distinto para cada una de ellas.
Están luego los arcanos menores, que constituyen también un todo
separado, pese a su ensamble con los otros dos paquetes de cartas. Su
número es de cuarenta naipes, en una serie que va de uno a diez, y que
admite cuatro colores o señales en su clasificación, llamados bastos,
espadas, copas y oros. Esta serie de uno a diez debe relacionarse con el
sistema de Pitágoras y con las diez sefiroth o emanaciones divinas de la
cábala.9 En cuanto a los cuatro "colores", están estrechamente vinculados
con cualquier visión cuaternaria del ciclo, así sea ésta la del movimiento
aparente del sol a lo largo del día, o del año, o el recorrido entero de un
manvántara o ciclo de una humanidad. Asimismo se los debe ligar con los
cuatro elementos y con los tres grados iniciáticos (aprendiz, compañero y
maestro) en el proceso del conocimiento, que sumados al estado
ordinario o profano, constituirán un circuito escalonado, análogo, como
seguidamente veremos, a la división cuaternaria (en planos o mundos)
que se aplica al diagrama sefirótico. Por último queda un paquete de
dieciséis láminas, que se dividen en los mismos cuatro colores que los
arcanos menores: bastos, espadas, copas y oros, pero que también está
diferenciado por una jerarquía cuaternaria, simbolizada por el rey, la
reina, el caballo o caballero, y la sota o valet. Los cuatro colores y las
cuatro jerarquías deben relacionarse con los mundos o planos
cabalísticos, así como con toda referencia al número cuatro, a la cruz y al
cuadrado, que son los que enmarcan y limitan un plano o mundo al fijarlo,
manifestándolo, creándolo de esa manera. A continuación veremos otras
relaciones mutuas entre el Tarot y la cábala.


EL ARBOL DE LA VIDA SEFIROTICO
En cuanto al diagrama del árbol de la vida, éste tiene un diseño10 que es
susceptible de ciertas diferenciaciones. Tradicionalmente se lo divide en
cuatro planos horizontales, o mundos, llamados olam ha'Atsiluth
(emanaciones), Beriyah (creación), Yetsirah (formaciones) y Asiyah (que
da origen a la manifestación y a la concreción material).11 Al principio
corresponden las sefiroth Kether (corona), Hokhmah (sabiduría), Binah
(inteligencia); al segundo las de Hesed (gracia), Din (juicio), Tifereth
(esplendor); al tercero Netsah (victoria), Hod (gloria) y Yesod
(fundamento); y finalmente al cuarto sólo Malkhuth, la mujer del rey, la
que recibe y concreta el legado, la tierra, o el mundo en su sentido más
amplio, la manifestación universal, percibida por los sentidos, que ha
podido ser gracias al proceso que describe el modelo sefirótico.

FIGURAS
También surge naturalmente del propio diagrama su división en tres
planos verticales, visualizada tradicionalmente como tres columnas, Una
central, neutra, axial, que es el eje visible de las otras dos y es llamada
pilar del equilibrio, o del medio, estando constituida por Kether, Tifereth
(el centro o corazón de todo árbol), Yesod y Malkhuth. Simétricamente, a
cada uno de sus lados se hallan dos pilares o columnas, a los que se
atribuye la energía activa y la pasiva, también designadas como la
columna de la gracia o del amor, y la columna de la justicia o del rigor. La
primera constituida por las sefiroth Hokhmah, Hesed y Netsah y la
segunda por Binah, Din y Hod. También puede ser imaginado como una
puerta, símbolo que, como el caballo, la nave o el puente, indican el
traslado de un espacio a otro.

Por el árbol de la vida se desciende desde la unidad central, o mejor,
desde la primera manifestación, Kether (la corona), a la multiplicidad
periférica de lo manifestado, Malkhuth, la materialización de ese energía.
De esta manera se crea un circuito cerrado (1+ 9 = 10), que lleva implícita
la idea de que esa energía, una vez alcanzados sus límites, retorne a su
fuente original (10 = 1 + 0 = 1).12 Perpetuamente, las energías del cosmos
ascienden y descienden entre el cielo y tierra, desde su calidad más fina
hasta su forma su forma más grosera. Este proceso se realiza de manera
simultánea, lo que realmente incluye el hecho de que se efectúa en todas
las cosas, o seres, y en distintos grados o mundos.

La idea de que podamos ser parte de un ser humano gigantesco y
primigenio, de que nosotros seamos una célula sanguínea de ese hombre
(o que nuestro sistema solar sea esa misma célula) no es ajena a la
cábala. Por el contrario, a ese ser se le denomina Adam Kadmon y su
múltiple desmembramiento conforma el universo, como es también el
caso del Osiris egipcio, del DionisosZagreus de los griegos, y de otros
muchos mitos cosmogónicos. Ese universo de módulos, números, letras,
estrellas, miembros, no es sino un símbolo manifestado de lo
inmanifestado y las claves para llegar de la manifestación a la
inmanifestación.

El descenso de las emanaciones divinas que se concretan en la creación
cósmica está sucediendo en este momento y el hecho de que el mundo
sea tal cual cosa, para la mentalidad moderna, o que de acuerdo a
nuestro punto de vista percibamos esto o aquello, es completamente
indiferente al proceso de la creación universal, que es perenne, aun
visualizado desde el punto de vista horizontal; simultáneo, desde la
proyección vertical.

Este laboratorio, que es el mundo, ha sido descrito también como un
caldo de cultivo en el que se cuecen diversas energías, se solidifican las
más densas, se volatilizan las más sutiles y buscan un espacio más allá
de las estructuras que las contenían.

En el árbol de la vida, tres energías o principios interactúan
constantemente entre sí. Uno es activo, el otro pasivo, el tercero neutro.
El activo se opone al pasivo y el pasivo al activo, pero no se excluyen,
sino que se complementan. El neutro es aquel punto donde el activo y el
pasivo dejan de ser tales. Una energía latente que existe en todas las
cosas, verdadero factor de equilibrio, y proyección vertical del eje del cielo
sobre el plano horizontal de la tierra. Es el pilar invisible, o eje, a partir del
cual han sido creadas todas las cosas y al cual todas las cosas retornan.
Lugar de paz; la lucha y el desequilibrio han llegado a su fin.
Esta lucha y complementación perenne (yin y yang) a que está sometido
el proceso de la vida y el hombre mismo, es expresada en la cábala no
sólo por la división ternaria del modelo del árbol cósmico, a la que nos
estamos refiriendo, sino también con la teoría del Tsim-Tsum.13
Si el mundo entero fuese una exhalación, o un sonido, o la emanación de
la luz, también tendría esta división ternaria, que se produce en cuatro
campos, o planos, o "lecturas" diferentes de un hecho o cosa, si así
pudiera decirse: o sea, una visión de mundos "paralelos", o simultáneos,
o diversos estados de un ser universal. Hay entonces cuatro árboles de la
vida o cuatro maneras distintas de ver el mismo árbol. Uno es el modelo
del árbol cósmico visualizado a nivel de Atsiluth, el mundo de las
emanaciones primigenias de las que nada puede saberse desde el plano
del conocimiento ordinario. El segundo sería el diagrama del árbol en el
plano de la creación (Beriyah), signado con el número cuatro. El número
cuatro es tomado siempre como número de la primera manifestación o
primera creación.14 El tercero es el diagrama a nivel de las formaciones
cósmicas (Yetsirah). Estos tres primeros serían invisibles y estarían
Incluidos en el cuarto, pues a decir verdad, este último no es sino una
materialización de aquéllos y corresponde a la manifestación cósmica en
su grado físico, corporal o sensorio.

A su vez, un modelo cósmico, a un nivel de lectura (o un árbol visualizado
en tal o cual plano), incluiría también la posibilidad de otros tres planos o
niveles.15 De hecho, si cada cosa tiene nueve reflejos de sí misma, cada
sefirah incluiría un árbol sefirótico dentro, y así con cada uno de ellos
indefinidamente. Esta multiplicación no se produce sólo en el plano, sino
que también es volumétrica y se proyecta en las seis direcciones del
espacio: norte, oriente, sur, poniente, zenit y nadir, oponiéndose dos a
dos como las caras de un cubo, teniendo a Tifereth (esplendor o belleza)
como centro o eje, proyección de la vertical en la horizontal, punto neutro
o corazón del árbol.16

En ese mismo sentido, indicaremos que el modelo del árbol tiene relieve,
pues admite tres lecturas de sí mismo, que sumadas a la vulgar o
profana, nos darán la idea de profundidad, más allá del plano.17 Eso es,
por otra parte, lo que expresa la diferencia entre cuatro colores y también
entre cuatro jerarquías. El modelo cósmico simboliza en pequeño, lo que
el original es en grande, de donde es sencillo inferir que lo manifestado, el
universo entero, tenga cuatro lecturas o cuatro grados jerarquizados de sí
mismo, siendo la existencia material, solidificada, un mero ropaje, O
forma, o modo, que toma una corriente de energías al "concretarse". De
donde puede observarse que el Tarot, y su interrelación con el modelo
sefirótico, es una cosa bien distinta y no tan fácil de aquella visión que
lo encuadra en un juego, o en un procedimiento predictivo, en el sentido
más literal aplicado a estos vocablos.18 Con el árbol de vida de la cábala
sucede lo mismo. Y estos mandalas que refulgen con las luces del
cosmos, ignoran completamente las especulaciones de tono menor,
teñidas de carácter utilitario, donde los problemas personales están
siempre de por medio.

La cábala, el Tarot, el modelo cósmico de la rueda, son sólo vehículos de
conocimiento. Y si bien el conocimiento se expresa a través de ellos (para
nuestra realización), ellos mismos no son el conocimiento. Son el
puente,19 el pasaje, el navío, que nos conduce de un espacio a otro
espacio; pero nunca un objeto de adoración o de devoción, en el sentido
que se da a estos términos hoy en día.

Una vez que el caballo nos ha llevado al término del viaje, nos
despedimos con todo agradecimiento y cariño de él, y por mejor caballo
que sea, lo dejamos, pues la función de nuestro vehículo ya se ha
cumplido al finalizar el recorrido. No es posible tomar lo relativo por
absoluto, por más que sea lo que se nos ha inculcado en este mundo de
enormes minucias, de anécdotas e historietas, siempre "trascendentales"
para lo que llamamos "nuestra vida". Tomamos las superficies brillantes y
pulidas por lo que son las cosas en sí. Esta superficialidad nos impide ver
que el cuerpo es el traje del alma. Y que esta última no es sino el vestido
del espíritu.

Volviendo a los arcanos mayores del Tarot en su relación con el modelo
del árbol cabalístico, señalaremos que esta serie sucesiva numerada de
I a XXI, con el agregado de "El Loco" (cero), se puede ordenar de la
siguiente manera: 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, hasta llegar al ciclo
completo de la serie, descendiendo por el árbol de la vida, desde Kether
hasta Malkhuth,20oen el modelo cósmico de la rueda, del punto virtual
inicial a la multiplicidad de los puntos de la periferia. Y retornar desde el
límite de la serie, o plano, hasta el centro o a la unidad original. Lo que
nos daría, en el caso de los arcanos mayores, la siguiente serie de ida y
vuelta, de descenso y ascenso, a través del árbol de la vida:

Correspondería entonces, a cada arcano del Tarot, una sefirah: "El Mago"
(número uno), a Kether (número uno), y así hasta el décimo, arcano
precisamente llamado "La Rueda de la Fortuna", identificado con
Malkhuth, la sefirah número diez. En el ascenso el camino se
emprendería ahora desde abajo, en forma inversa, y a Malkhuth
correspondería asimismo la carta once, "La Fuerza". Yesod (que en el
camino de descenso se equipara con la carta nueve, "El Ermitaño")
coincidiría también con la doce, "El Colgado", y así sucesivamente.
Quedarían dos cartas fuera del árbol de la vida, que serían la cero y la
veintiuno21 y que simbolizarían el alfa y el omega, el principio y el fin, el
punto de equilibrio y unión y escisión entre lo propiamente llamado
vertical y el plano de su reflexión horizontal. Esta salida del cosmos, más
allá de Kether en Kether como Ain, para la cábala y la reintegración
con el mundo, es simbolizada por el arcano veintiuno,22 y es en definitiva
la meta que posibilitan estos vehículos herméticos, que describen el
movimiento desde el punto de vista de la inmovilidad.23

En el diagrama de la cábala, cada sefirah tiene un aspecto luminoso y
otro oscuro. Uno mira a Kether y el otro a Malkhuth. Todo el árbol pudiera
ser visualizado así, teniendo como centro a Tifereth, la superficie de las
aguas. Esto vendría a ser precisamente la oposición (y
complementarismo) de lo que vuela y lo que repta. Asimismo, cada
sefirah de la columna activa ha de tener algo de la pasividad del que se le
opone, y viceversa, para que esto pueda ser posible.24 Como se sabe, la
tradición extremo oriental lo expresa diciendo que en cada energía yin
hay una yang, y que en cada yang una yin. En el Tarot esto se manifiesta
por el sentido "benéfico" o "maléfico" que puede tener tal o cual lámina.
También por el hecho de que salgan al derecho o al revés con respecto al
que consulta el oráculo. La Alquimia medioeval llamaba a este proceso
disolución y coagulación (solve et coagula), siendo la primera expansiva o
centrífuga (ad extra) y la segunda contractiva o centrípeta (ad intra). La
unión o complementación de esos opuestos en el centro o eje de la
rueda, el lugar donde se resuelven todas las oposiciones constituye al
hermafrodita alquímico, o andrógino primordial.

Por otra parte, ya hemos dicho que los cuarenta arcanos, menores se
reúnen en cuatro paquetes, conjuntos (o colores) iguales numerados de
uno a diez. En éstos, el primero, llamado de bastos, comienza con el
número uno de ese color y continúa con la serie hasta el diez. Con las
siguientes series sucede lo mismo, van del uno al denario en colores o
palos que como se sabe, son: bastos, copas, espadas y oros; y en la
baraja francesa: trébol, corazón, pica y cuadrado o diamante.
Corresponden a las diez sefiroth en los cuatro mundos o planos, y nos
dan la inmediata idea de un diagrama cuádruple tridimensional. Mejor, de
cuatro diagramas superpuestos, saliendo del plano y formando un
conjunto volumétrico, una caja estructurada que da la imagen de una
construcción perfectamente organizada en su totalidad.25 Igualmente, a
cada número corresponde una sefirah, tocándole el número uno a Kether,
el dos a Hokhmah, y así sucesivamente hasta el número diez, Malkhuth,
en donde finaliza la serie. A cada color o palo, corresponde un mundo o
plano del árbol. A bastos Atsiluth, a espadas Beriyah, a copas Yetsirah, y
a oros Asiyah. Tomemos un ejemplo: supongamos que sacamos del
mazo de naipes una carta que ella es el siete de copas. Por su número
corresponderá a la sefirah número siete, Netsah, y como tal le cuadran
todos los atributos y energías referidos a esta sefirah cabalística. Pero al
mismo tiempo su color o palo nos está diciendo que esta baraja se refiere
al plano donde esa energía actúa, en este caso el plano o mundo de
Yetsirah. Esta carta entonces alude a un concepto,26 o a una energía
denominada Netsah en Yetsirah, perfectamente específica y distinta a los
otros treinta y nueve símbolos o cartas del conjunto, o paquete de los
arcanos menores.

Como ya se dijo al comienzo de este estudio, hay cuatro árboles
diferentes, cada uno con sus diez sefiroth, que en el ,esquema cósmico
de la rueda se explayarían, como los brazos de una cruz, hacia los cuatro
puntos cardinales, teniendo a Kether como punto central común.27
Esta misma idea se representa también como un árbol prototípico (reflejo
de un arquetipo o idea universal), en donde la vida tiene cuatro lecturas o
colores distintos, visualizados en el diagrama plano como sucesivos,
aunque de hecho son simultáneos. Es decir, que es ilustrada con el
diagrama prototípico del árbol, dividido en cuatro porciones horizontales o
niveles. Esta división cuaternaria se refiere también al hombre, ya que
éste es una miniatura del cosmos. Y así como la vida tiene cuatro lecturas
que van de lo más superficial o externo, a lo más profundo o interno,
así también esta diferenciación se da en cualquier expresión sujeta a los
límites del tiempo y el espacio, como una jerarquía (y por lo tanto una
sucesión), en la que lo más alto correspondería a los orígenes y lo más
bajo a la actualidad. En realidad, lo que acontece es que ciertas energías
verticales y simultáneas son transferidas o traducidas a otras horizontales
y sucesivas, y se manifiestan sensiblemente al nivel de éstas.

El modelo macrocósmico del árbol asimismo puede ser equiparado a lo
microcósmico y humano (recordar la versión cabalística en donde el
cosmos es un ser gigantesco) y ser referido a la estructura física del
hombre. En este caso, la cabeza de dicho hombre estaría compuesta por
las sefiroth Kether, Hokhmah y Binah, correspondiendo a estas dos
últimas el ojo derecho y el izquierdo, respectivamente, y asimismo los
hemisferios cerebrales en su división binaria. El tronco estaría compuesto
por Hesed, Din y Tifereth, siendo las dos primeras los brazos derecho e
izquierdo; y la tercera, el corazón y el plexo solar hasta el ombligo, así
como todos los órganos contenidos en la cala torácica.28Netsah y Hod
serían la pierna y cadera derecha y la pierna y cadera izquierda. También
estarían accionando en la zona ventral y sus órganos internos, mientras
que los genitales corresponderían a Yesod. Finalmente Malkhuth, única
sefirah del plano de Asiyah está emparentada con los pies.29

Además de esta analogía microcósmica física, el árbol prototípico tiene
correspondencias macrocósmicas y astrales. En efecto, cada sefirah
puede ser vinculada con un astro (o dios, para otras tradiciones) en un
universo en cambiante sucesión de energías, la mayor parte de las cuales
son invisibles (o "angélicas"), ya que la única que simboliza la concreción
o tierra la receptividad divina procreando, el cosmos físico
manifestado, es Malkhuth, la cristalización y solidificación prohijada por la
energía pasiva, capaz de recibir toda la vibración de la vida y
materializarla. Para nuestra época estas correspondencias astrales
pueden atribuirse de esta manera: Saturno a Binah, Júpiter a Hesed,

Marte a Din, el Sol a Tifereth, Venus a Netsah, Mercurio a Hod y la Luna
a Yesod. Esto nos lleva a una estrecha relación con la alquimia, pues
para ésta, los minerales con que trabaja son también las energías de los
astros madurados en las entrañas de la tierra.

Es muy importante destacar que el modelo del árbol de la vida está
invertido. En efecto, todo árbol "normal" tiene las raíces en la tierra y sus
frutos son aéreos. El modelo cósmico del árbol sefirótico, tiene sus raíces
en el cielo Kether, y sus frutos son la concreción de la vida en la tierra
Malkhuth, la inmanencia divina lo que nos hace pensar que nosotros,
como seres manifestados, estamos invertidos con respecto a las
emanaciones de la deidad.30

Además, esta inversión, que se produce en
el plano propiamente humano a través de los sentidos, es, por otra parte,
una clave en la estructura del modelo del universo. Resulta muy clara en
el símbolo de la estrella de David o sello salomónico que, como se sabe,
consta de dos triángulos equiláteros entrelazados y opuestos, que
configuran el símbolo típico de la analogía. Por otra parte debe advertirse
que las energías de las sefiroth del árbol, interactuando e
interrelacionándose entre sí, son las que finalmente conforman el
cosmos, haciendo que todas las cosas se desenvuelvan en un perfecto
orden y disponiendo los cuerpos celestes y terrestres en armónicos
movimientos. Este equilibrio universal es actualizado por intermedio de
las energías angélicas llamadas ofanim (ruedas) y sus gravitaciones en
espiral conocidas como remolinos (galgalim).

Ahora bien, la encarnación de estos conocimientos cosmogónicos,
referidos a otras maneras del espacio y el tiempo, y su aprehensión, es
decir, el acceso a otros mundos que están presentes en nuestro mundo
ordinario31 aunque en forma oculta, es trabajo que puede realizarse
con el modelo del árbol cabalístico y el Tarot, que para eso han sido
diseñados, en correspondencia análoga con el cosmos. La enseñanza
sugiere estudio y meditación, y también silencio. Internalización de las
energías del árbol de la vida, expresadas por las sefiroth, por la
determinación de ciertos atributos divinos. Y llevar el trabajo que se
realiza con ese árbol de la vida, a la cotidianidad.32 Este diagrama es el
modelo de todas las cosas, y por lo tanto está ahora y siempre presente.
Es para nosotros una herencia del pasado que se actualiza al revivir las
energías que se encuentran en él contenidas, lo que equivale a despertar
a los dormidos símbolos que comienzan misteriosamente a vislumbrarse,
a resonar en el interior de uno mismo, y que establecen una especie de
"puente", o vehículo axial, para pasar de un espacio a otro espacio, o de
un mundo a otro mundo.

Y es por ese mismo eje central, que vincula a todos los planos o estados
que tiene un ser en sí, por donde se conectará con lo supracósmico.
Entendiendo por esto no solamente lo que está "más allá" de las sefiroth
de "construcción cósmica", sino también lo que excede al modelo del
árbol mismo, lo cual se halla simbolizado por Kether, que en su acepción
más elevada es idéntico a Ain, el absoluto, la nada.33 Aunque esta sefirah
en su aspecto más bajo si así pudiera uno expresarse, al ser la
primera determinación, ya está condicionada por el ser.34
Esta salida del cosmos es lo que propone la alquimia, trabajando con el
método de las transformaciones de las virtudes físico-simbólicas de la
vida en su aspecto mineral, en correspondencia con el hombre y su
psique.35 El sabio realiza su trabajo en el athanor u horno alquímico. Este
artefacto es también un modelo del universo y su cuerpo consta de tres
niveles horizontales superpuestos, en el primero de los cuales la
"materia" densa penetra en el athanor y en el último, sale en forma de
gases sutiles por un orificio superior que corresponde a la sumidad. En el
simbolismo de la construcción, la puerta del templo o de la casahabitación,
cumple esa misma función de medio de paso, o de traslado
horizontal de un espacio profano, u ordinario, a otro sagrado o
significativo.36 Y también como en el athanor la salida es a través del
eje vertical, simbolizado en el templo por el altar. o ara, como proyección
de la cúpula en el plano. En la casa-habitación, esto se manifiesta por la
chimenea u hogar, que es una salida al "exterior", a otro mundo o espacio
que está "más allá" de aquél que el modelo cósmico, o constructivo,
manifiesta.

En última instancia, este athanor, templo u hogar, no es sino la
simbolización del hombre mismo y un reflejo central del eje universal, por
el que a través de distintos niveles o planos, se va de lo más denso a lo
más sutil, de lo más groseramente manifestado por una transmutación,
refinamiento o proceso evolutivo a lo más etéreo, tal cual los gases con
respecto a la materia solidificada. De la manifestación a lo inmanifestado.
Como lo describe el modelo del árbol de la vida, que se corresponde con
la división en planos horizontales del athanor, en relación con los mundos
ya mencionados, de este diagrama cabalístico. Asimismo, en el
simbolismo constructivo, en la figura de la pirámide o del zigurat, se
notarán estos planos superpuestos desde la base hasta lo más elevado.
Por otra parte y para terminar debemos decir que estos niveles o
jerarquías se hallan expresados en la representación plana del modelo
cósmico de la rueda por cuatro círculos concéntricos, que se ubican
rodeando al punto original, y que son diversos escalones que van desde
el movimiento hacia la inmovilidad, o viceversa, según sea el sentido de
la lectura que se dé a la figura.

No es de extrañar pues, que la alquimia, como la cábala, el Tarot, la
numerología, la astrología, la construcción, la magia, etc., se hallen tan
estrechamente relacionados. Pues en verdad ellos conforman la
cosmología y la ontología, como soportes de la metafísica, constituyendo
una sola ciencia o arte, vinculada con un sólo conocimiento, cuya
experiencia, o encarnación, es obtenida simultáneamente con la
transmutación.

En el movimiento de la rueda se conjugan la unidad central y la totalidad
periférica. Lo inmóvil, con lo que circula y pasa. El fuego que no quema,
con la rueda del sol. Y ambos elementos que en realidad conforman
uno solo polarizado se encuentran en el corazón humano y generan sus
imágenes para que éste, trabajando con la alternancia de sus ritmos,
presintiéndola, adaptándose a ella, realice la obra química en el jardín de
su alma. La rueda es, en verdad, el conocimiento de este principio, dual,
que igualmente se vive como sintético o múltiple; como cierto o ilusorio.
Es el mismo ser el que reúne estas posibilidades.

NOTAS
1 El agregado de una T final viene a sumarse a este nombre, para
afirmar la idea de circularidad y retorno al principio.

2 Es muy importante señalar, que si bien la cábala es la expresión
esotérica del judaísmo y en este sentido nada tiene que ver con la
tradición hermética, el hermetismo, por el contrario, "utiliza", si así
pudiera decirse, numerosos elementos cabalísticos, lo que ha dado
lugar a la denominada cábala cristiana. Por otra parte, se encuentran
antecedentes sobre la cábala desde el siglo III y asimismo, se piensa
que el Zohar comenzó a redactarse en aquella época. Los
pitagóricos y otras escuelas griegas realizaban con su lengua
transposiciones de letras y cálculos numéricos, y se los ha
considerado como antecesores de los cabalistas. Este modo de
trabajo ha pasado desde la antigüedad hasta hoy y es efectuado por
distintos grupos gnósticos. Debe decirse también que la "iniciación
hermética" corresponde a los misterios menores, etapa donde es
verdaderamente necesaria la idea de una instrucción u orden, y que
ha de completarse con el coronamiento de los misterios mayores,
coincidentes con la aparición efectiva del maestro interno, y el
regreso al estado primordial, equivalente al "paraíso terrestre" o sea,
al retorno al centro y la efectivización de las posibilidades que
encierra el estado humano.

3 La que según Platón, en el Cratilo, "no es un trabajo ligero".

4 El cosmos y la manifestación entera constituyen un lenguaje, y por lo
tanto una poética. También un código a ser descifrado, lo que
equivale a decir: una aventura. Un gesto en el que todo está incluido.
La danza que Shiva baila perennemente.

5 Que nada tienen que ver con la clasificación racional filosófica, la que
por su mismo origen y estructura es antimetafísica.

6 No hay nada más cierto que la sentencia que dice: "uno es lo que
conoce".

7 La traducción de sefirah, de la que sefiroth es plural, es la de número
o determinación; la de ofan es rueda, como arquetipo de los mundos.
Hay que recordar que esta última es también la designación del
ángel Metatrón, como mediador universal y mensajero de la plenitud
de Dios o de las energías divinas, símbolo asimismo del alma
universal.

8 Se dice también que cada una de ellas corresponde a un siglo de
nuestra era

.9 El Sepher Yetsirah (Libro de las Formaciones), que junto con el
Zohar (Libro del Esplendor) constituye el libro sagrado fundamental
de la cábala, dice expresamente al respecto: "No son once, son diez,
no son nueve, son diez".

10 De aquí en adelante pueden consultarse las ilustraciones 1, 2, 3, 4, y
siguientes.

11 Atsiluth sería el principio de la manifestación ontológica, Beriyah la
manifestación informal, Yetsirah, la manifestación sutil ��por debajo
del nivel de las aguas superiores�� o sea, las aguas inferiores, y
Asiyah, la manifestación grosera, que corresponde al estado corporal
del hombre o del cosmos. Estos dos últimos planos están
estrechamente unidos y constituyen el compuesto psíquico-físico del
macro o del microcosmos. Son el alma inferior y el cuerpo, mientras
que el alma superior y el espíritu estarían simbolizados por Beriyah y
Atsiluth.

12 La serie sefirótica o numeral desarrolla un ciclo completo, que va de
la concepción de la unidad, a la de la circularidad, expresada por el
número nueve. Si la unidad de ese punto original es la que genera la
serie numeral o el rayo de la rueda que va del centro a la periferia
en nueve emanaciones sucesivas (1 + 9 = 10), el denario, que es el
limite de su desarrollo, la reitera (10 = 1 + 0 = 1). Esto quiere decir
que el punto periférico, en donde acaba el radio, también es unitario
y por lo tanto igualmente capaz de engendrar y renovar el ciclo,
salvo que hay que hacer notar que se halla invertido en relación con
su origen.

13 El infinito hace lugar en sí mismo y se concentra en un punto a partir
del cual el espacio adquiere su característica y el cosmos es
entonces creado.

14 Es interesante observar que si se suman los consecutivos de la
serie, 4 = 1 + 2 + 3 + 4, se obtiene 10, que es igual a 1 + 0 = 1, 0
sea, un retorno a la unidad original, o la manifestación de la unidad a
otro nivel o plano. Lo mismo sucede con el siete que es igual a 1 + 2
+ 3 + 4 + 5 + 6 + 7 = 28, que es igual a 2 + 8 = 10 = 1 + 0 = 1. Es
decir, que vuelve a repetir la unidad a otro nivel, tal cual sucede con
Netsah, la primera sefirah del plano siguiente inferior. Finalmente,
igual acontece con la sefirah número diez, Malkhuth, única ubicada
en el plano de Asiyah.

15 "Al rotar, los cuatro "colores" o "rayos" asumen la apariencia de
cuatro " ruedas" (ofanim), cada una de las cuales era, por decirlo así,
una rueda en el medio de una rueda". Leo Schaya, El Significado
Universal de la Cábala.

16 A las seis sefiroth inferiores, de la primera tríada, se las denomina de
" construcción" (cósmica). Son siete si se la incluye a Malkhuth.

17 También Dante, en la dedicatoria de La Divina Comedia, atribuye
estos cuatro planos simultáneos de lectura a los libros sagrados del
antiguo y del nuevo testamento, además de a su propia obra.

18 En su origen la palabra adivinación tiene una intima relación con lo
divino. En toda civilización los encargados de consultar los oráculos
(hombres y mujeres) cumplían una función sacerdotal, así en Delfos
y en todos los centros cultuales. De allí también "vaticinio", de "vate"
(o inspirado).

19 Recordar la relación entre puente, pontífice y la carta número V del
Tarot, relativa a la enseñanza y el aprendizaje, llamada "El Papa" o
"El Hierofante" o psicopompos (iniciador en los misterios para los
egipcios y los griegos).

20 La unidad sería, a la inversa de lo que estamos habituados, el mayor
de los números, puesto que los contiene a todos. Cuanto mayor la
cantidad numérica, mayor es la fragmentación o división de la
energía simbolizada por la unidad. Lo pequeño es lo más poderoso.

21 Obsérvese que la suma de los dos arcanos mayores
correspondientes a cada sefirah es siempre igual a veintiuno.

22 En el Tarot de Marsella, esta lámina es una mujer dentro de una
rueda (la forma es elíptica, pues el cuadrángulo del naipe es
rectángulo y su proporción dos a uno).

23 Tanto la carta que inaugura el descenso, el número uno, "El Mago",
como la que inicia el retorno o ascenso, la número once (uno y uno),
"La Fuerza", son las únicas que llevan, en los arcanos mayores, un
extraño sombrero que está "por encima" del cuerpo o estructura y
lo "corona". Tiene la forma de un ocho apaisado, signo que ha
pasado a ser el símbolo aritmético del infinito. Es, en verdad, la
representación de un circuito cerrado o todo continuo, como la rueda
con una torsión, estudiada hoy en día como "cinta de Moebius".

24 Cada sefirah, como cada número, es activa con respecto a la que le
sigue en la serie y pasiva con respecto a la que le antecede. Así el
tres (Binah), es activo con respecto al cuatro (Hesed) y pasivo con
respecto al dos (Hokhmah). El dos (Hokhmah), es pasivo con
respecto al uno (Kether) y activo con respecto al tres (Binah) y así
unos y otros, de ida y vuelta, simbolizan una corriente perenne de
energías que se resolverá siempre en la unidad.

25 Cuando este "trono" comienza a moverse, se le llama "la carroza"
(merkabah); luego, los cuatro hayoth, o ejes periféricos surgidos del
"trono", se convierten a su vez en carrozas, y mientras viajan en
todas las direcciones del cosmos, emanan de ellos ruedas (ofanim) o
poderes angélicos que juegan su parte en la actualización de formas
esféricas y los movimientos cíclicos de todo lo creado. Sus
vibraciones espirituales son llamadas remolinos o espirales
(galgalim).

26 En el sentido de concepción, de concebir. No en el de
conceptualizar; operación indirecta donde el verbo es suplantado por
una manifestación verbal. Con el agravante de que "se toma" a ésta
de forma exclusiva y excluyente.

27 Serían los cuatro ríos del paraíso, surgidos de una fuente única
(proyección de la vertical). Y también, los cuatro sabios que llegan a
ese paraíso o estado de pureza original. Es interesante destacar que,
de estos sabios, uno sólo es apto para vivir en él; de los otros tres,
uno enloquece, otro enferma (pierde la fe) y el tercero muere. Sin
embargo, estos cuatro personajes coexisten en nuestro interior.
Cada letra de PaRDéS (paraíso en hebreo), corresponde a cada uno
de los mundos o planos del árbol de la vida.

28 El ómphalos u ombligo del mundo, corresponde propiamente al
medio o centro de la figura física humana. Sin embargo, la cábala
toma simbólicamente como centro a Tifereth, el corazón del árbol.
Esta concepción del corazón como centro, está presente también en
la totalidad de las tradiciones, aunque despojando este órgano del
carácter sentimental que se le suele atribuir en el Occidente
contemporáneo. Ambas localizaciones espaciales son equivalentes y
se hallan situadas sobre el mismo eje, aunque una se encuentra en
un plano más alto con respecto a la otra.

29 Es interesante relacionar este "hombre universal" con la imagen
narrada por Daniel ante Nabucodonosor, donde se visualizaba a una
estatua diferenciada en cuatro planos por la calidad del material
empleado en su confección y que eran: oro para la cabeza; plata
para el tronco; bronce para el vientre y el sexo; y arcilla mezclada
con hierro para las piernas y los pies. Esta figura que ha dado lugar a
la expresión "coloso con los pies de barro" está específicamente
referida al ciclo que vivimos y a su descenso gradual.

30 "Si la creación es la imagen de Dios, la cosmogonía funciona en
forma exactamente igual a una proyección reflejada por la ley de
inversión, o más precisamente, por analogía inversa. La ley deriva
del principio de la "contracción" divina, Tsim-Tsum". (Leo Schaya, El
Significado Universal de la Cábala).

31 Y de una manera tan notoria que éste no es sino una "prolongación",
"cristalización" o "concentración" de aquéllos.

32 No son dos cosas diferentes lo que "yo" soy y lo que es "el árbol
sefirótico". El diagrama es susceptible de transposiciones
microcósmicas en correspondencias simbólicas que incluyen hasta lo
físico. El árbol es un modelo y "yo" también soy eso. La encarnación
es la actualización ritual de la energía original, a todos los niveles.

33 La "nada" tomada como ensimismamiento total. En cuanto a la
lectura profana que se da hoy a esa palabra, este pretendido
concepto en rigor no existe, pues al ser "nada" estarla ya siendo
algo.

34 Por encima del uno, del ser, está el no-ser. Pero por encima del ser y
el no-ser, está la no dualidad.

35 No podemos abordar aquí el tema de la alquimia operativa, de
laboratorio, por no ser el lugar adecuado y no entrar el tema dentro
de nuestra estricta competencia. Bástenos decir que esta ciencia o
arte ha sido practicado por distintas civilizaciones tradicionales y
también bajo su aspecto vegetal. Sus objetivos no han sido algo tan
fácil como la obtención de la longevidad o el oro físico. Pero estas
mismas acciones sobre la "materia" del mundo, que prueban su
conocimiento y encarnación de la cosmología, no son sino
resultados, u operaciones derivadas de la gran obra, que es lo que
verdaderamente el alquimista propone: la realización o efectivización
de otros estados del ser universal, operados por el hombre mismo,
capaz de auto-transmutarse de transformarse en una "cosa" distinta
a lo que era. En estos otros ámbitos del ser o del conocimiento
habitan los inmortales entre turbas de ángeles y demonios (de la
palabra griega daimon) que viven un espacio y un tiempo distinto al
de los simples mortales en un lugar supra-espacial y en un tiempo
a-cronológico, los que acaso pudiéramos considerarnos como un
experimento en el laboratorio de la vida.

36 Como se sabe, la tradición hermética es una cadena iniciática de
Occidente, que incluye numerosas disciplinas y órdenes de
realización o trabajos artesanales. Las relaciones con la construcción
en general encuentran en el Compagnonnage y en la
Francmasonería en ciertas logias que no han seguido el proceso
de degradación general del mundo contemporáneo su medio de
expresión adecuado. Los constructores de las catedrales góticas
están íntimamente emparentados con los alquimistas y ambos
trabajan en el plano intermedio del alma.

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